Era una mañana de mayo con un sol algo tapado, que calentaba a pequeños intervalos y producía una cálida y agradable sensación que recorría todo el cuerpo.
Nereida salió a pasear con su querida perra luna. Era un cachorro Husky nacido en Siberia y que según le habían mencionado (los amigos que se lo habían regalado), sus antepasados eran coyotes. Se llamaba así porque (sin que nadie conociera la explicación exacta) en las noches de luna llena, solía sentarse en la ventana del salón y mirando hacia el cielo, se ponía a aullar durante un buen rato (como si de un auténtico lobo se tratara), sin pestañear ni apartar sus ojos del firmamento.
Al poco tiempo, llegaron a un bonito y frondoso bosque donde solían ir a menudo para caminar y hacer un poco de ejercicio. Era un sitio tranquilo y tal vez un tanto enigmático. Nereida que estaba dotada de gran sensibilidad, allí se sentía en total armonía con todo lo que la rodeaba. Daba la sensación de que algo sobrenatural flotaba en el ambiente (como si se tratara de un lugar encantado).
Estaba totalmente desierto y tan solitario que nunca se habían cruzado con persona alguna, durante sus largos paseos.
Dejo su todoterreno debajo de unos espesos árboles y cogiendo su inseparable mochila (la misma que la acompañaba en todas sus marchas), empezaron a caminar.
Al poco de andar, vio bajo sus pies (casi estuvo a punto de pisarlo), un trébol de cuatro hojas y agachándose lo cogió entre sus manos, mientras esbozaba una leve sonrisa y decía:
-Hoy tendremos un día de suerte, Luna.
El animal la miro levantando las orejas. Parecía que en verdad, la estaba escuchando y la entendía.
Siguieron avanzando mientras ella iba tirando una pelota de vivos y variados colores que era el juguete preferido de Luna.
Se la iba arrojando cada vez y la perra, si demostrar ningún tipo de cansancio, desaparecía velozmente tras ella, para regresar al poco rato con su recuperado botín entre los dientes, mientras esperaba con gran inquietud, el siguiente lanzamiento.
Cuando llevaban un buen rato jugando, Nereida lanzo el balón con un impulso tan grande, que salió despedido mucho más lejos que las veces anteriores.
Al poco volvió Luna sin la pelota.
-Te la he tirado con demasiada fuerza ¿verdad?.
-Ves a traerla, volvió a decirle.
Por segunda vez, regresó la perra sin ella.
-Vamos a buscarla las dos le dijo, mientras Luna iba indicándole con sus ladridos el lugar exacto donde estaba.
Se había quedado enredada bajo un árbol en unos espesos matorrales.
Intentó cogerla con la mano, pero como no llegaba, saco de su bolsa una pequeña navaja (que llevaba siempre consigo en sus paseos) e intento cortar con ella, alguna de aquellas tupidas ramas.
Después de mucho esfuerzo, consiguió abrir un pequeño orificio y entonces, se quedó perpleja.
Debajo de aquella maraña de matas, se divisaba una pequeña entrada a una especie de cueva.
Siguió troceando ramas hasta que consiguió abrir un boquete lo bastante grande, para que pudiera introducirse por él.
Seguidamente se dispuso a bajar, para descubrir lo que había y a donde llevaba aquel extraño pasadizo…
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