La risa es una de las necesidades más satisfactorias que existen.
Es capaz de alejar cualquier tensión y hacer olvidar cualquier mal recuerdo, en tan solo lo que dura un suspiro.
Algunas veces uno ríe con ganas, con carcajadas sonoras. Otras con risas tímidas y delicadas. En ocasiones con causa, otras sólo por inercia. Nos reímos ante situaciones graciosas. Ante otras desprovistas de chispa. Estando solos y también rodeados de nuestros incondicionales. No reímos del prójimo y en ocasiones hasta de nosotros mismos. (Este es el mejor baño de humildad para desprendernos del orgullo y una forma estupenda que tiene uno para asomarse dentro de sí mismo). Pero las que más me atraen, son las espontaneas, histéricas, imparables y contagiosas, que a veces tenemos y de las cuales no sabemos a ciencia cierta cuando han empezado, ni tan siquiera cual ha sido su desencadenante.
Todas son positivas y nos sirven en gran medida, como remedio de terapia.
Pero en otro ángulo y en el lado más oscuro del hombre, encontramos personas malhumoradas y pesimistas, a las que es sumamente difícil sacarles hasta una tibia sonrisa y solo lo hacen a medias, en contadas ocasiones.
Son personas negativas, decrepitas, irritadas y que parecen estar en un trance de enfado permanente con el mundo.
A estos sujetos es mejor dejarlos a distancia y obsequiarlos con el polvo del olvido, ya que pueden contaminar con su cercanía, ya que por desgracia, poseen la extraña habilidad, de contagiar con su energía negativa, a todo el que transite por su camino…
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