En nuestra andadura encontramos diversidad de gentes. Unos con buen corazón. Otros con ciertos rasgos de maldad y otros tan misteriosos y herméticos que a pesar del tiempo y nuestro frecuente contacto con ellos, tal vez nunca llegaremos a conocerlos realmente y ni siquiera lograremos acercarnos a sus más íntimos sentimientos.
Pero luego hay otros que se nos presentan con máscara, a los que nosotros por inocencia, idealismos, sinceridad u otros nobles sentimientos altruistas, les ofrecemos y entregamos mucho de nosotros mismos, sin esperar ni recibir nada a cambio y entonces ellos se aprovechan de todas estas circunstancias para conseguir sus ocultos propósitos.
De estos; es mejor separarse, conjugarlos con total indiferencia, dejarlos lejos, a parte, no entrar en sus sucios juegos. En el momento en que seamos conscientes, debemos iniciar procesos de separación. Hay que cerrar. Limpiar, soltar, tirar, desprenderse, clausurar etapas, cerrar círculos, sellar puertas, finiquitar capítulos y oxigenar nuestras mentes para recobrar cierta salud mental, que tal vez haya quedado algo contaminada por su proximidad e incluso (en ciertas ocasiones), por el resultado de las actuaciones de sus egos mal gestionados.
El juez infalible de la vida se llama tiempo. Este, ya se encargará de examinar, juzgar, tramitar, dictar su sentencia cósmica y se ocupara, de poner todo en su lugar, en su espacio, en su tiempo, así como también; en su preciso y justo momento…
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