Había una vez una niña que oyó hablar de un jardín encantado, el cual según la leyenda guardaba un preciado tesoro.
Lo estuvo buscando durante mucho tiempo, pero sin conseguir encontrarlo.
Un día mientras paseaba por el bosque, llegó a un pequeño sendero. Lo siguió y este la llevó hasta un gran portón brillante de oro.
Asombrada observó que aquella puerta en una esquina con letras pequeñas tenía una pequeña incrustación con su nombre grabado.
Tocó con la mano y los postigos se abrieron.
Al cruzar el umbral, todo se transformó.
Sus zapatos habían desaparecido e iba descalza, sus pantalones se habían convertido en una larga y vaporosa túnica de organza blanca, y su pelo; antes corto y rizado, era ahora una larga melena lacia y sedosa que le llegaba hasta por debajo de la cintura.
Siguió avanzando deslumbrada y sin dar crédito a lo que estaban viendo sus ojos.
El camino la condujo hasta un pequeño riachuelo tan claro y cristalino que podían contarse con todo detalle las diminutas piedrecitas que tenía en fondo. Estaba rodeado de rosales de variados colores que desprendían un intenso y agradable perfume, que juntamente con el sonido del agua, creaban un ambiente totalmente mágico.
Entones sumergió los pies…
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