En una ciudad muy grande y bonita, donde sus gentes iban corriendo con grandes prisas durante todo el día, vivía una niña que se llamaba Felicity.
Un día, observando sus rostros, se dio cuenta de que la mayoría no eran dichosos, iban a menudo apesadumbrados, con caras serias y, ya desde primeras horas de la mañana, con expresiones raras, como si estuvieran enfadados.
Analizando eso se entristeció, y decidió que quería ayudarlos de alguna forma; aunque al principio, no se le ocurría de qué manera podía hacerlo.
Al final tuvo una idea, y determinó que a partir de aquel día, al salir de su casa, regalaría una flor a todas las personas, que encontrara por su camino.
Al principio todos la miraban sorprendidos y se comprendía por sus gestos, que no entendían el significado de aquel inesperado regalo.
Paso un tiempo, y ella sin cansarse, tanto en verano como en invierno, y acompañándolas de una agradable sonrisa, seguía repartiendo sus flores.
Pero un día…
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