En una ciudad costera vivía una familia con dos hijas. La menor tenía una cara muy bonita. El pelo rubio, con unos bonitos bucles dorados, que brillaban tanto que parecían como si los tocaran los rayos del sol. Los ojos de un azul intenso, que según los días, le cambiaban de tonalidad y se asemejaban al color del mar. Todo en conjunto hacía que pareciera una preciosa muñeca y llamara la atención. Su hermana, sin embargo era morena, de rasgos mucho más comunes y sin que nada exterior al principio destacara en ella, aunque luego, al tratarla y descubrir sus grandes cualidades, la gente acababa por encontrarla más hermosa.
Pasó el verano y llegó la Navidad. Las dos escribieron sus respectivas listas de regalos. Pero mientras la una sólo solicitaba cosas para ella, la otra pedía poco para sí y, sin embargo, se acordaba de todos, los que la rodeaban.
Llegó el día señalado, y con gran ilusión se levantaron pronto (como era su costumbre cada Año) para despertar a sus familiares, e ir todos juntos al salón.
Allí, en un lado de la chimenea había un enorme y adornado árbol, repleto de coloridos paquetes.
Empezaron a repartirlos según las edades, primero los abuelos, luego los tíos, y después los padres.
Todos llevaban la tarjetita con el nombre de la persona, a la que iban destinados.
Cuando faltaban solo ellas vieron con gran asombro, que únicamente quedan dos obsequios.
Uno …
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