La música es mucho más que un evento social, que tiene cantidad infinita de incondicionales devotos.
Es uno de los medios, que tiene el privilegio de conectar entre sí y durante más tiempo, a un colectivo heterogéneo de personas, emocionándolos profundamente, mediante una simple sinfonía.
Todos nos conmovemos con tonos y tiempos parecidos, que tienen la facultad de deslizarnos sutilmente, a un estado de alegría o tristeza y en tan sólo un instante.
El poder de la música es tan grande, que hasta según el ritmo de la que composición, que escuchemos a primeras horas de la mañana, puede llegar a influenciar nuestro estado de ánimo, durante toda la jornada (cada melodía puede despertar en nosotros una agitación diferente).
Tal vez el motivo de tener tantos seguidores y adeptos es debido a que es el vehículo perfecto, para hablar todos en un mismo dialecto. Un lenguaje mudo, sin palabras, que nos deja trasmitir a los demás sentimientos velados, mediante este idioma de expresión musical.
Las partituras nos trasportan, nos encaminan, nos concentran y todo ello con un fin y un propósito determinado y sin necesidad de vocablos; haciendo que nos sintamos parte de una misma manada y empaticemos con otros seres cercanos, por extraños que estos sean.
Hay un tiempo para actuar, para hablar y para escuchar; con este último, agudizando el oído, uno puede cobrar conciencia del silencio y de la soledad del alma, relajándose, dejándose transportar, a otro mundo lejano y mágico, conducido allí, por el talento artístico extraordinario de otros…
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