En un bosque frondoso rodeado por unas altas montañas vivían una manada de caballos salvajes. Su jefe era el más fiero de todos. Tenía un pelo largo tan negro y brillante que, según como le daba el sol, hasta incluso parecía azulado. Los otros siempre estaban pendientes de él, y les bastaba una mirada suya para acatar sus órdenes. De vez en cuando, se subía a una roca, y desde allí arriba relinchaba, con un ruido estremecedor, mientras levantaba sus patas delanteras, con el fin de que los otros no olvidaran quien era el que mandaba.
Las gentes del valle, como pensaban que estaba loco, le llamaban Oran, que es un diminutivo de Orate y significa” trastornado”.
Los ganaderos de los pueblos cercanos le tenía miedo y estaban empeñados en cazarlo para domarlo, pues como hasta entonces aún nadie había conseguido acercarse a él, sin salir malherido, su caza se había convertido para ellos en todo un reto.
En la aldea más próxima vivía un niño que se llamaba Simón. Como nació sordomudo sus padres lo vigilaban constantemente. Pero un día en un descuido se escapó y se adentró solo en aquel bosque.
Cuando los vecinos se dieron cuenta, organizaron un grupo de búsqueda y empezaron a rastrear el monte con el fin de localizarlo antes de que cayera la noche, pero al no encontrarlo y al oscurecer, tuvieron que suspender la batida hasta la mañana siguiente.
Así fueron pasando varias semanas y, aunque nadie se atrevía a decir nada en voz alta, todos pensaban que no volverían a encontrarlo con vida, porque no habría podido sobrevivir a las altas temperaturas y a aquella jungla.
Al cabo de un tiempo, dejaron de buscarlo y trataron de consolar a su afligida familia.
Transcurrieron muchos meses, hasta que una tarde se oyó un gran ruido que se acercaba…
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