Era un bonito atardecer del mes de a junio y Alma esperaba que la fueran a recoger sus amigos.
Se puso una vaporosa túnica sobre uno de sus bañadores preferidos, que era de color azul y con unas estrellitas plateadas aplicadas, se calzó unas alpargatas de esparto, cogió unas velas, unas varitas de incienso y unos pétalos de rosas de variados colores, que había comprado aquella misma tarde. Seguidamente lo metió todo en una bolsa y siguió esperando impaciente que pasaran a buscarla.
A los pocos minutos pudo distinguir el ruido del coche de sus compañeros, y presurosa salió a su encuentro.
Después de un largo camino. Cantando al unísono antiguas canciones que habían aprendido juntos hacía años en el colegio, llegaron a una playa de arena fina y blanca. Era tan larga que a simple vista no se divisaba donde terminaba. El agua era tan cristalina y transparente que se podían contar con facilidad, todas las piedras, caracolitos y conchas depositadas en el fondo.
Corría una suave brisa y se apreciaba un fuerte olor a esencias mezcladas
Sobre la arena había lucecitas por todas partes, y también grupos de gentes con fuegos encendidos por todos lados.
Se respiraba un ambiente cálido y a la vez enigmático.
Entonces…
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