Cada día, y a primeras horas de la mañana, llegaba al pie de los peldaños situados en la entrada de una iglesia un hombre muy mayor que tenía grandes dificultades para caminar, ayudándose con un pelado bastón de madera.
Entonces sacaba de su viejo y roto abrigo una bolsa de plástico con semillas que iba esparciendo por lo largo de las escaleras.
A los pocos minutos aparecían dos o tres palomas, y luego, en cuestión de segundos llegaban tantas; que al poco rato, no se veía ni un un trozo de empedrado.
El hombre iba hablándoles y contándoles historias mientras seguía tirándoles comida.
Siempre y a distancia, le observaban unos niños que no comprendían porque actuaba así con aquellos animales, dirigiéndose a ellos cómo si pensara que podían entenderle.
Un día al acercarse para preguntarle el motivo, les contó que un día tuvo un hijo al que le encantaban aquellas aves. En su casa tenía un palomar, y se pasaba todas las horas que podía cuidándolas.
El chico cada noche se dormía en su regazo mientras su padre le contaba largos e insólitos relatos de cuando era marinero y navegaba por tierras lejanas.
Un mañana mientras regresaba a casa, el joven tuvo un mortal accidente. El anciano estaba convencido de que entonces se había convertido en paloma y este era el motivo por el que acudía allí a diaria con la intención de encontrarlo.
Los niños pensaron que había perdido la cabeza y estaba completamente loco y desde entonces le empezaron a hacer burla y a reírse de él.
Pero un día…
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